Preach My Psalter / Predica Mi Salterio

ROSARY APOSTOLATE OF THE ORDER OF FRIARS PREACHERS / APOSTOLADO DEL ROSARIO DE LA ORDEN DE FRAILES PREDICADORES

Después de conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo durante el Santo Triduo, la Iglesia Católica Romana celebró el Domingo de la Divina Misericordia en su Liturgia del Domingo pasado del 24 de abril. Al hacerlo, nos enseña a todos los miembros católicos, que el ofrecimiento de la misericordia divina de Dios a los seres humanos en la persona de Jesucristo, el Hijo de Dios, incluye su pasión, su muerte y su resurrección. Por eso, la celebración del Domingo de la Divina Misericordia en la Iglesia no puede reducirse solamente a la pasión, ni a la muerte, ni a la resurrección de Cristo. Después de todo, Cristo no nada mas sufrió o murió por los seres humanos; y ciertamente Él no solo resucitó a la vida de gloria por ellos tampoco. Al contrario, se ofrece plenamente a Dios Padre en su pasión, muerte y resurrección por los seres humanos. Como tal, en esta entrega total de sí mismo a Dios, Cristo les ofrece la gracia de salvación de Dios. Esta es una gracia que ciertamente no merecen, pero una gracia que Él todavía les ofrece misericordiosamente. En este acto, los conforma espiritual y físicamente a sí mismo, a su imagen, como el Señor Crucificado y Resucitado. Y así basándonos en esta premisa en la celebración del Domingo de la Divina Misericordia, la Iglesia conmemora plenamente la pasión, muerte y resurrección del Hijo de Dios, Jesucristo.

     Para la Iglesia, esta celebración del Domingo de la Divina Misericordia implica, ante todo, conmemorar la ofrenda sacrificial de Cristo de sí mismo a Dios Padre en su pasión y muerte para salvar a los seres humanos del pecado y del castigo por el pecado. Después de todo, por el pecado, particularmente el pecado original de Adán y Eva y el pecado mortal, las personas incurren justamente no sólo en la culpa moral por el pecado, sino también en la deuda del castigo eterno por tal pecado, porque aquí actúan en contra del orden divino de Dios y su justicia. Este orden divino requiere, en justicia, que los seres humanos rindan a Dios el honor que le corresponde por las acciones buenas o virtuosas. En consecuencia, al pecar contra Dios, le niegan injustamente a Dios este honor. En efecto, después de que los primeros seres humanos, Adán y Eva, primero negaran a Dios este honor debido al pecar contra Él, sus descendientes hacen lo mismo. Lo hacen directa o indirectamente. Por un lado, niegan directamente a Dios el honor que le corresponde en justicia al no amarlo como su primer y supremo bien, al no adorarlo diariamente, especialmente en la Santa Misa de los domingos, al ofrecer falsa adoración a los ídolos y al usar Su Santo Nombre en vano. Por otro lado, también le niegan a Dios el honor que se le debe, indirectamente, al no amar a su prójimo de manera virtuosa o casta, al vestirse con falta de modestia, al abusar del alcohol o de las drogas y al usar blasfemias. Por otra parte, en esta negación directa e indirecta al honor a Dios, a través del pecado,  los seres humanos, introducen una desigualdad de acciones en el orden de la justicia divina de Dios. Esto quiere decir que la mala acción, el pecado, que introducen en este orden divino es una desigual a la buena acción requerida, en justicia, para honrar a Dios. Por eso, sólo pueden restablecer la igualdad en el orden de la justicia pagandole a Dios, Justo Juez, una pena de compensación del pecado por una buena acción, porque tal acción es, al menos, igual en bondad a una acción que honra a Dios.

     En la Doctrina Católica, este pago compensatorio de la pena por el pecado se llama satisfacción. En la doctrina de la satisfacción de Santo Tomás, recuerda el principio general de que un ser humano, un hombre justo, puede satisfacer por el pecado de su prójimo, de su hermano o de su hermana, si permanece en estado de caridad, pero no puede satisfacer para todos los seres humanos porque la acción de un solo ser humano, una mera criatura, por muy buena que sea, no tiene el valor pleno de todas las personas del género humano. Por otra parte, la acción de Cristo tiene un valor que podría satisfacer plenamente por los pecados de todos los hombres, particularmente el pecado de Adán y Eva y todos los pecados mortales, en razón de su dignidad divina como Hijo de Dios. En efecto, aquí la acción de Cristo, el Hijo de Dios que se ha hecho Hijo del hombre, tiene una bondad divina infinitamente mayor en eficacia que la bondad de todos los miembros del género humano. Por lo tanto, sólo Él, por su dignidad de Dios-hombre, podía ofrecer una satisfacción infinita por la culpa y la deuda de castigo por todos los pecados de los seres humanos en la historia humana. Asi, al ofrecer tal satisfacción para todos los seres humanos, Cristo no se limita a ofrecer a Dios una buena acción igual en bondad a alguna acción que honre a Dios, como exige la justicia divina. Por el contrario, por su dignidad divina, Cristo ofrece a Dios la acción perfecta, el sacrificio perfecto, infinitamente mayor que las exigencias de la justicia, porque Él actúa por un principio superior, la caridad divina, para satisfacer perfectamente el pecado por su pasión y muerte. En este sacrificio perfecto, el acto perfecto de amor, Jesús obedece a la voluntad de su Padre de sufrir y morir voluntariamente por los seres humanos como pago satisfactorio de su culpa y castigo por el pecado, porque los ama. De hecho, en obediencia a su Padre El se ofrece en sacrificio como satisfacción por ellos, principalmente porque El ama a su Padre como su primer y sumo bien, y en segundo lugar, porque ama a su prójimo, a todos los seres humanos, como a sí mismo. En base a esto, Él satisface esta pena compensatoria, exigida por la justicia divina de Dios, mediante un acto de amor divino, el acto de amor más grande que jamás pudo ofrecer a su Padre por los seres humanos. Como dice el Evangelio, no podía ofrecer mayor amor a sus amigos que ofrecerse a sí mismo como sacrificio por ellos.

     Según los Padres de la Iglesia, en este amor sacrificial, el amor perfecto que satisface la culpa y la pena del pecado, Cristo se vale de su humanidad como instrumento de su divinidad para merecer la gracia de la justificación que purifica y santifica espiritualmente al hombre en sus almas Esto implica merecerles, por su pasión y muerte, el perdón y la reconciliación de Dios. En efecto, les perdona sus pecados y les reconcilia con Dios en la comunión de la amistad de Dios. Al hacerlo, Él elimina sus defectos espirituales de pecado que los separan de Dios. Estos defectos incluyen, ante todo, la mancha del pecado original, la culpa moral por el pecado mortal y la deuda del castigo eterno por estos pecados. La Iglesia enseña que las personas manchadas en el alma por el pecado original y mortal, incluida la deuda eterna, están espiritualmente muertas. Sí, están vivos físicamente, pero espiritualmente están muertos en su alma. Después de todo, en este estado muerto, no tienen el principio de vida sobrenatural en su alma, la gracia de Dios. Por lo tanto, al merecerles la gracia de Dios en su pasión y muerte, Cristo los eleva interiormente a una vida de santidad por la resurrección espiritual de su alma. por lo tanto, aquí su alma ya no está muerta, sino viva sobrenaturalmente. Esto quiere decir que Cristo, por su gracia meritoria, los conforma espiritualmente a sí mismo, a su vida santa, pues los recrea por medio del Espiritu Santo en su imagen divina como hijos e hijas santos de Dios. Por eso, esta dignidad sagrada, la dignidad que reciben como hijos e hijas de Dios santificados, a imagen de Cristo, los prepara para la vida de la gloria. Así, el perfecto sacrificio de amor de Cristo merece espiritualmente la gracia salvifica de Dios para todos los seres humanos.

    En segundo lugar, la celebración del Domingo de la Divina Misericordia en la Iglesia también implica la conmemoración del sacrificio de Cristo para salvar a los seres humanos de la muerte corporal. En esta ofrenda sacrificial de sí mismo, en este meritorio acto de amor, Jesús, el Cordero de Dios, sufre la pena de muerte, el castigo corporal por el pecado, exigido por la justicia divina, que paga la deuda penal de la muerte de todos los hombres. Esta es la deuda de castigo, contraída por el pecado de Adán y Eva, que los sometió, incluida su descendencia, a la pena de la muerte corporal. Por lo tanto, la muerte, un defecto del pecado, es un castigo por el pecado en el cuerpo. En consecuencia, por el sacrificio de Su muerte, Cristo ofrece a Dios el honor que le corresponde por una buena acción meritoria que compensa satisfactoriamente  la mala acción de Adán y Eva, esa acción mortal, que obligó a todas las personas a morir. Al morir en la cruz, El restaura la igualdad en el orden de la justicia divina de Dios, porque este sacrificio satisface plenamente el pago de la deuda de esta pena de muerte. Según Santo Tomás, la acción de Cristo aquí, es decir, su muerte sacrificial, tiene un valor infinitamente grande, en virtud de su dignidad divina, sólo Él satisface meritoriamente esta deuda, la pena de muerte, para todos los hombres. De hecho, Él cumple con creces este requisito de la justicia divina de Dios mediante un acto de amor divino. En este meritorio acto de satisfacción, el acto perfecto de amor, Él sufre el castigo corporal de la muerte que paga la deuda en nombre de todos los hombres, porque Él los ama. Como resultado, los salva de la muerte, particularmente de la muerte impía de Adán y Eva. Esto significa que por la gracia que Él les merece a través de Su muerte, todavía mueren, pero su muerte se convierte en una santa participación en la muerte sacrificial de Cristo. Sobre esta base, aquí Cristo realmente pone fin a la muerte corporal impía de todos los seres humanos mediante Su santa muerte en la cruz.

     Finalmente, en la celebración del Domingo de la Divina Misericordia de la Iglesia, ella también conmemora la resurrección corporal de Cristo de entre los muertos a la vida de la gloria. Esto significa que si Él no muriera, si Él no se ofreciera en sacrificio al Padre en Su muerte, Él no seria resucitado de entre los muertos a la vida de la gloria por el Padre a través del Espíritu Santo. Por lo cual, su gloriosa resurrección de entre los muertos es fruto de la gracia de Dios por sufrir fielmente su pasión y muerte. Para Santo Tomás, esta resurrección a la gloria de Cristo es la causa de la resurrección gloriosa de todo el pueblo justo de Dios. Al mismo tiempo, solo serán resucitados físicamente de entre los muertos a una vida de gloria en el Último Día, el Día del Juicio General. Aquí serán finalmente conformados plenamente en su cuerpo a la imagen gloriosa de la resurrección corporal de Cristo.

     Como he dicho en este artículo, la celebración del Domingo de la Divina Misericordia por parte de la Iglesia, en fidelidad al plan de Dios de la divina misericordia para salvar a los seres humanos, implica conmemorar plenamente la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, tal como lo hace la Iglesia durante el Santo Triduo. Por lo que, la divina misericordia de Dios, cumplida en la persona de Jesucristo, a través de su pasión, muerte y resurrección, como se conmemora durante el Triduo Santo, informa la celebración del Domingo de la Divina Misericordia de la Iglesia. Por más misericordioso que sea este plan divino de salvación para los seres humanos en Cristo Jesús, y por más fiel que sea la Iglesia en celebrar el Domingo de la Divina Misericordia, la gente en la sociedad todavía cuestiona la misericordia divina de Dios. Al hacerlo, afirman que Dios, en cierto sentido, abandona sin piedad a los seres humanos, al menos temporalmente, en sus sufrimientos, castigándolos por sus pecados, tanto espirituales como físicos. En primer lugar, argumentan que Dios los abandona al sentenciarlos a la pena de muerte espiritual después de que pecan contra Él a través del pecado original y mortal. En esta sentencia de muerte espiritual, mueren espiritualmente en sus almas a través de las manchas del pecado original y del pecado mortal, incluida la deuda del castigo eterno, por estos pecados. En segundo lugar, la gente también afirma que Dios abandona a los seres humanos al sentenciarlos a la pena de muerte corporal como castigo por el pecado. En esta sentencia de muerte física, mueren físicamente en sus cuerpos, no inmediatamente, sino eventualmente. Según ellos, un Dios misericordioso no los abandonaría a la muerte corporal. Por eso, utilizan estos castigos por el pecado para argumentar en contra de la misericordia divina de Dios para con los seres humanos. En consecuencia, para ellos, Dios, en cierto modo, abandona a las personas sin piedad, al menos por un tiempo, castigándolas espiritual y físicamente por sus pecados.

     En su deseo de desarrollar su argumento contra la divina misericordia de Dios, consideran la pregunta que Jesús le hace a Dios Padre desde la cruz, justo antes de morir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Esta es la misma pregunta que la gente le ha hecho a Dios a través de los siglos. Han incluido personas del primer siglo que cuestionaron la misericordia divina de Dios. De hecho, en los Evangelios, San Pedro, el apóstol, después de escuchar la profecía de Jesús durante Su ministerio de que tendría que sufrir, morir y resucitar de entre los muertos para cumplir el plan de Dios de la misericordia divina para los seres humanos, San Pedro cuestiona este plan argumentando que Dios nunca sometería a Jesús a tal plan, sugiriendo que esto no sería misericordioso por parte de Dios. Después de la pasión y muerte de Jesús, San Pedro ciertamente aprende acerca de Jesús sintiéndose abandonado por Dios en la cruz. De manera similar, en la lectura del Evangelio del Domingo de la Divina Misericordia, Santo Tomás, el apóstol, cuestiona la misericordia de Dios, especialmente después de la pasión y muerte de Cristo. También aprende acerca de Jesús cuestionando a Dios por abandonarlo en la cruz. Por lo que, él mismo cuestiona el plan de Dios de la misericordia divina en la persona de Jesucristo, argumentando que no creerá a menos que Dios le revele vivo de primera mano a Cristo Crucificado y Resucitado. Este cuestionamiento de la misericordia divina de Dios por parte de la gente del primer siglo, en particular de los santos Pedro y Tomás, es también una pregunta que se puede escuchar de la gente en la sociedad de hoy, especialmente después de considerar la pregunta de Cristo a Dios Padre desde la cruz: “Dios mío Dios mío, ¿por qué me has abandonado? ¿Por qué me has abandonado en mis sufrimientos? Según las personas que cuestionan la misericordia divina de Dios, aquí Jesús parece estar diciendo que su Padre no le ha ofrecido misericordia al abandonarlo, al dejarlo solo en su pasión, especialmente en la cruz. Después de todo, el acto de abandonar a alguien, en cierto sentido, significa no estar allí para él, no protegerlo o salvarlo de su sufrimiento. En consecuencia, la gente afirma que desde la cruz Jesús le dice a Dios que no le ha ofrecido misericordia como Padre misericordioso al abandonarlo en su pasión y muerte. Sobre esta base, la gente en la sociedad humana, desde el primer siglo hasta el día de hoy, ha argumentado que la pregunta de Jesús desde la cruz revela que Él cree que Dios es un fracaso como Padre, porque no le ofrece misericordia en Su sufrimiento, al abandonarlo. Aquí también han cuestionado si un Padre misericordioso realmente sentenciaría a Su Hijo a un castigo espiritual y físico tan despiadado al someterlo a Su pasión y muerte. Esta es la misma pregunta que tienen sobre el Dios de misericordia que castiga a las personas sin piedad por sus pecados, tanto espirituales como físicos, al sentenciarlos a la muerte física y espiritual.

     De todos modos, estos argumentos de la gente, en contra de la divina misericordia de Dios, son falsos. En primer lugar, han argumentado, falsamente, que Dios el Padre no es misericordioso con Su Hijo, Jesús, al no protegerlo o salvarlo de Su sufrimiento y muerte. Su falso argumento, por supuesto, está mal informado, por su falsa comprensión de la pregunta de Jesús a su Padre desde la cruz. Al cuestionar a su Padre: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, Jesús solo está citando el primer versículo del Salmo 22. Este Salmo es la oración de fe que David hizo para que el hombre inocente, por más difíciles que sean sus sufrimientos. , todavía recibiera la salvación de Dios como un acto de la misericordia divina de Dios. Aquí David describe a este hombre inocente como un siervo sufriente de Dios, un Mesías. Esta es la misma imagen del Mesías que Isaías desarrolla más tarde en los capítulos 52 y 53, la imagen del Mesías como un siervo de Dios inocente y sufriente. Al hacerlo, ciertamente fue informado por la imagen de David del Mesías en el Salmo 22. Por esta razón, después de leer este Salmo de David, Isaías desarrolla una imagen más plena o más completa del Mesías como el siervo sufriente del Señor. Al desarrollar primero esta imagen, David cree y proclama que el siervo sufriente del Señor, en su fidelidad a Dios, recibirá la victoria de Dios, pero solo a través del sufrimiento. Asi, el siervo de Dios, el Mesías del pueblo de Dios, no obtendrá la victoria de Dios a menos que sufra fielmente como Dios quiere. En consecuencia, para David, Dios no le falla al inocente siervo que sufre en el Salmo 22. Al contrario, por Su divina misericordia, Dios le ofrece la gracia en su sufrimiento que lo conducirá a la victoria de la salvación. De hecho, la lectura completa del Salmo 22, hasta el versículo 32, no solo el primer versículo citado por Jesús en la cruz, revela esta victoria que Él recibirá de Dios como Su siervo sufriente. Por lo cual, al citar el primer versículo del Salmo 22, mientras Él sufre fielmente en la cruz, Jesús realmente está proclamando todo el Salmo 22, el significado completo de este Salmo, especialmente la victoria. Al hacerlo, está diciendo que Él mismo es el siervo sufriente de Dios, profetizado por David e Isaías en las Escrituras, que recibirá la salvación de Dios por Su pasión y muerte. Al mismo tiempo, este siervo sufriente no solo recibirá la victoria de Dios para sí mismo a través de su pasión y muerte, sino tambien obtendrá Su victoria para todos los seres humanos. Por eso, según Isaías, la pasión y muerte del siervo sufriente, el Mesías, como pago compensatorio de la pena del pecado, expía o satisface meritoriamente los pecados de todos los pueblos para su salvación, como exige la justicia divina de Dios. Esta comprensión de la pasión y muerte de Jesús en la cruz es completamente fiel al principio de la unidad de las Escrituras. Esto significa que el ser humano sólo puede comprender realmente la pregunta de Jesús desde la cruz, mientras sufre y finalmente muere, al comprender plenamente todas las Escrituras, en particular aquellas que se refieren al siervo de Dios que sufre en los Salmos, en Isaías y en los evangelios

     En segundo lugar, la afirmación de la gente de que Dios no es misericordioso con los seres humanos porque los castiga por el pecado, como lo exige la justicia divina de Dios, también es falsa. Están, una vez más, informados por su falsa comprensión del verdadero significado de la misericordia divina, particularmente en relación con la justicia divina de Dios. Por lo cual, argumentan que la misericordia de Dios no tiene relación con la justicia. Por lo cual, en su negación de esta relación, separan la misericordia de Dios de la justicia de Dios, deformando y falsificando así el verdadero significado de la misericordia de Dios. Según Santo Tomás, todos los atributos divinos, incluida la divina misericordia y la justicia de Dios, son idénticos a Dios mismo. Además, estos atributos divinos también son idénticos a la naturaleza o esencia divina de Dios, tal como lo es Dios. Esto significa que Dios es esencialmente justicia y misericordia. Por eso, como atributos divinos de Dios, la justicia y la misericordia no pueden separarse, pues son natural o esencialmente la identidad de Dios mismo desde toda la eternidad. Asi, Dios es, por naturaleza o esencia, justicia divina y misericordia divina. Él no cambia en sí mismo. Al contrario, permanece el mismo para siempre en su dignidad divina. Por lo cual, Él no es ni puede convertirse en un Dios de misericordia separado de la justicia divina.

     En consecuencia, en el plan de salvación de Dios, Él actúa con misericordia y justicia para salvar a los seres humanos. En efecto, en este plan, como Dios actúa en la creación para la salvación humana, se dice que su divina misericordia es el origen o fuente de su justicia. Sobre este tema, Santo Tomás enseña que la justicia de Dios procede de la misericordia de Dios, como un efecto procede de una causa. Por lo cual, llama a la justicia fruto de la misericordia. Por eso, en la misericordia de Dios, Él castiga con justicia a los seres humanos por haber pecado contra Él, en primer lugar, a Adán y Ave, y en segundo lugar, a sus descendientes humanos. De hecho, los condena a la muerte espiritual y corporal por el pecado original y mortal, incluida la deuda del castigo eterno por el pecado. Al hacerlo, por supuesto que no desea su muerte eterna. Él no desea que permanezcan muertos espiritual y físicamente por toda la eternidad. Al contrario, Él desea su salvación eterna. Asi, al castigarlos justamente por sus pecados, Dios quiere que sean movidos o inspirados por sus sufrimientos. Según la Escritura y la Tradición, incluido Santo Tomás, al disciplinar a las personas con justicia por sus pecados, Dios les envía sufrimientos como penitencias para ayudarlos a abrir humildemente sus corazones para comprender plenamente que han actuado injustamente al pecar contra Él. Cuanto más nieguen a Dios el honor que se le debe al pecar, más sufrirán. Sólo comprendiendo plenamente que han pecado contra el justo honor de Dios podrán recibir la contrición que los preparará para el Sacramento de la Confesión. Eventualmente, esta contrición ciertamente los moverá a confesar sus pecados en este Sacramento. En este buen acto que honra a Dios, que es su confesión, son aptos para recibir una participación de la gracia que Jesucristo les mereció con su satisfactoria pasión y muerte. Esta gracia incluye el perdón y la reconciliación con Dios. Por eso, como fruto de la misericordia divina, la justicia de Dios, incluyendo sus justos castigos por el pecado, mueve o inspira a los seres humanos, particularmente a los Católicos Romanos, a abrir sus corazones para recibir la misericordia de Dios en el Sacramento de la Confesión. Al hacerlo, son elevados espiritualmente a la vida de la gracia, según la imagen de Cristo Crucificado y Resucitado, para participar plenamente en el plan de salvación de Dios. En este estado espiritual de la gracia, pueden cada dia merecer una mayor similitud con Cristo por medio de sus penitencias y sufrimientos voluntarios y meritorios por los demás, en virtud de los méritos infinitos del sacrificio de Cristo.

     En conclusión, en este artículo, en primer lugar, he argumentado que la celebración del Domingo de la Divina Misericordia en la Iglesia incluye la conmemoración completa de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, como lo hace la Iglesia durante el Triduo Santo. Por eso, esta celebración del Domingo de la Divina Misericordia no puede reducirse meramente a la pasión, ni a la muerte, ni a la resurrección de Cristo. En segundo lugar, he argumentado que la misericordia requiere justicia contra la afirmación falsa de que solo se requiere misericordia. Solo cumpliendo los requisitos de la justicia divina de Dios en su pasión y muerte, Jesucristo meritó la misericordia divina de Dios para con todos los seres humanos. En efecto, Él satisface por el pecado como lo requiere la justicia divina de Dios, pero eso es debido a que Él ofrece esta satisfacción con un acto de amor divino, muy por encima de las exigencias de la justicia, Él actúa de manera especialmente misericordiosa. En consecuencia, si no hay justicia, no hay misericordia. En tercer lugar, refuto las falsas afirmaciones de la gente de que Dios le falla como Padre a Jesús al abandonarlo sin piedad en la cruz. Al hacerlo, ofrezco una comprensión adecuada del Salmo 22 y de Isaías para ayudar a las personas a comprender el significado de la pregunta de Jesús a su Padre desde la cruz. Finalmente, también abordo el argumento falso de la gente en la sociedad de que Dios castiga a los seres humanos sin piedad por sus pecados. Espero y ruego que hayan tenido un tiempo fructífero al aprender acerca de la justicia divina y la misericordia de Dios.

En Cristo con María Santísima,

Fray Mariano D. Veliz, O.P.

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