
El sábado 14 de mayo, un grupo de amigos católicos pro-vida y yo tuvimos un Rosario pacífico cerca del Ayuntamiento de Houston para proclamar y defender la sagrada dignidad de los niños por nacer. Por desgracia, este también fue el día en que alrededor de 1,000 defensores del aborto realizaron una protesta en el Ayuntamiento defendiendo brutalmente el derecho de la mujer a abortar a los bebes por nacer. Al hacer esto, maldijeron y calumniaron a Dios, a la jerarquía de la Iglesia Católica Romana y al pueblo fiel de Dios, incluyendo al grupo del Rosario y a mi. Por lo tanto, su protesta realmente no fue pacífica. Quiero decir, ¿cómo podría haber paz en esa protesta si el único objetivo era el luchar por el derecho de una mujer a abortar la vida de su hijo por nacer? Al abogar por este derecho a abortar, estas personas tenían letreros que afirmaban que la base del derecho de una mujer a abortar es que una mujer puede hacer con su cuerpo lo que quiera, desee o se le de la gana por su salud corporal. Esto incluiría abortar a su hijo por nacer. Después de todo, según ellos, el cuerpo del niño en gestación no es otra cosa que el cuerpo de la mujer, y no el cuerpo del niño por nacer.
Esta falsa afirmación de los defensores del derecho a decidir, en efecto, NO es razonable NI científica. Después de todo, el recto razonamiento de la prudencia, basada en la ciencia biológica natural, juzga con razón que el cuerpo del ser humano por nacer NO es el cuerpo de la madre. Por eso, una madre NO PUEDE afirmar correctamente, durante ninguna etapa del desarrollo humano, que el cuerpo de esa vida humana por nacer es su cuerpo. Esto significa que NI el cuerpo de un cigoto humano NI el cuerpo de una mórula humana NI el cuerpo de un blastocisto humano NI el cuerpo de un embrión humano NI el cuerpo de un feto humano es el cuerpo de la madre.
Por el contrario, científica y biológicamente, se afirma que la primera etapa de la vida de una persona, comienza en la concepción cuando por medio de su padre y de su madre, el gameto masculino o espermatozoide fertiliza al gameto femenino, también llamado óvulo. Dentro de este óvulo fertilizado, se forma una membrana alrededor del material genético masculino, el ADN masculino, creando así el pronúcleo masculino. En este proceso biológico, el material genético masculino se desarrolla en 23 cromosomas dentro del pronúcleo masculino. Asimismo, el material genético femenino, o ADN, estimulado por la fusión del espermatozoide y el óvulo, termina de dividirse, dando como resultado el pronúcleo femenino, que también contiene 23 cromosomas. A medida que se forman los pronúcleos masculino y femenino, sus cromosomas se unen en una sola célula, completando así el proceso de fertilización. Este proceso de fertilización completado en la célula individual es el comienzo o concepción de la vida humana.
En esta única célula, llamada cigoto humano, se forma un código personal de ADN genético único que es el que determina el género, el color del cabello, el color de los ojos y cientos de otras características de esta vida humana. Asi, ni la madre ni el padre ni el niño determinan estas características genéticas. Estas están determinadas genéticamente por un código genético personal y único. Como tal, este código de ADN genético único de la vida humana que se ha concebido, y en el cual están incluidas todas sus características personales, y que no es el código ni de su madre ni de su padre, sino su código personal y real que lo ha adquirido desde su concepción.
En el acto de la concepción humana, la Iglesia Católica enseña que Dios mismo, el Creador, introduce el principio de la vida, , el alma espiritual que informa al material genético biológico para que se convierta en una vida humana, en una imagen viviente de Dios, llamado cigoto humano, en el vientre de su madre. Por lo tanto, esta primera etapa en la vida del ser humano por nacer no es la vida ni de su madre ni de su padre, sino su vida propia, un ser humano independiente en sí mismo, biológicamente, genéticamente y espiritualmente.
Después de esta primera etapa de la vida humana, el cigoto humano, ya una persona no nacida, hecha a la imagen divina de Dios, se desarrollará, gradualmente, como una mórula humana y un blastocisto, luego como un embrión humano y finalmente como un feto humano. Por eso, la Escritura, la Tradición y el Magisterio profesan que la persona humana no nacida tiene derecho a la vida, incluyendo el derecho a madurar en la gestación a través de todas las etapas prenatales del desarrollo humano, que lo preparan para su derecho de nacer como un infante. De hecho, solo después del nacimiento, al madurar en la niñez, la adolescencia y la edad adulta, el ser humano puede desarrollarse legítimamente como la imagen de Dios, para conocer a Dios y amar a Dios. Por lo cual, no hay mayor derecho que se pueda recibir de Dios que conocerlo y amarlo.
Amigos, oren por los que están en defensa del “Derecho a Escoger,” que en realidad, son defensores del aborto. Ore para que sean iluminados e inspirados para profesar y honrar la santidad de cada vida humana no nacida desde la concepción, a través de todas las etapas prenatales y posnatales del desarrollo humano. La Virgen María ciertamente profesó y honró la sagrada dignidad humana de su Hijo, Jesucristo, desde la concepción, a lo largo de Su vida, en su desarrollo como hombre. Por eso, todas las personas están llamadas a hacer lo mismo, especialmente las madres. Que Dios les ayude por medio de la maternal intercesión de María Santísima, Nuestra Señora del Santo Rosario, y Madre de la Vida.
En Cristo con María Santísima,
Fray Mariano D. Veliz, O.P.